Foto: Daisuke Yokota
SYLVIA PLATH
(Soy vertical … pero preferiría ser horizontal)
PRIMERA VOZ:
Estoy tranquila. Estoy tranquila. Es la calma que precede a
algo terrible: el amarillo minuto
antes de que el viento se levante, cuando las hojas vuelven hacia arriba las pálidas palmas de
sus manos. Hay tanta quietud
aquí. Las sábanas, los rostros, son
blancos, y están detenidos, igual que relojes. Las voces se mantienen a distancia y se
comprimen. Sus visibles jeroglíficos
se aplastan como biombos de pergamino que protegen del viento. ¡Pintan tales secretos en árabe, en
chino! Soy muda y oscura. Soy una
semilla a punto de estallar. La
oscuridad es mi parte muerta, y está resentida: no quiere ser más, ni diferente. La oscuridad me cubre de azul, ahora, como
a una Madonna. ¡Oh color de la
distancia y del olvido! ¿Cuándo
llegará el segundo en que el Tiempo rompa
y la eternidad lo sumerja, y me hunda por completo? Hablo conmigo, sólo conmigo, aislada, lavada y roja de desinfectantes, sacrificial. La espera pesa sobre mis párpados. Yace
como el sueño, como un gran mar.
Lejos, lejos, siento la ola empujar su
carga de agonía hacia mí, ineludible, la marea. Y yo, una caracola, haciendo eco en la
playa blanca me enfrento a las voces
que inundan, al terrible elemento
TERCERA VOZ:
Ahora soy una montaña en medio de mujeres como montañas. Los médicos se mueven entre nosotras como si nuestro tamaño perturbara la mente. Sonríen como imbéciles. Son culpables del estado en que me encuentro, y lo saben. Se abrazan a su vulgaridad como a una especie de salud. ¿Y qué si se encontraran sorprendidos igual que yo? Se volverían locos. ¿Y qué si dos vidas se escurriesen entre mis muslos? He visto la limpia sala blanca con sus instrumentos. Es un lugar de alaridos. No es feliz. «Aquí es donde vendrás cuando estés preparada.» Las luces de la noche son planas lunas rojas. La sangre las apaga. No estoy preparada para que algo me suceda. Debería haber asesinado a lo que me asesina
SEGUNDA VOZ:
Soy acusada. Sueño con masacres. Soy un jardín de negras y rojas agonías. Las bebo, odiándome, odiando y temiendo. Y ahora el mundo concibe su fin y corre en pos de él, los brazos tendidos hacia el amor. Un amor de muerte que todo lo enferma. Un sol muerto tiñe el periódico. Es rojo. Pierdo vida tras vida. La negra tierra se las bebe. Ella es la vampira de todas nosotras. Así nos sostiene, cebándonos, bondadosa. Su boca es roja. La conozco. La conozco íntimamente. Vieja cara de invierno, vieja cara estéril, vieja bomba de tiempo. Los hombres la han usado vilmente. Se los comerá. Se los comerá, se los comerá, se los comerá al final. El sol se pone. Muero. Provoco una muerte
TERCERA VOZ:
Ella es una pequeña isla, adormecida y tranquila, y yo soy un barco blanco que hace sonar su sirena: adiós, adiós. El día es esplendoroso. Es muy triste. Las flores de este cuarto son rojas y tropicales. Han vivido detrás de un cristal toda la vida, han sido cuidadas con ternura. Ahora se enfrentan a un invierno de sábanas blancas, rostros blancos. Hay muy poco que meter en mi maleta. La ropa de una mujer gorda a quien no conozco. Mi peine y mi cepillo. Hay un vacío. Soy tan vulnerable de repente, una herida marchándose del hospital. Una herida a la que dejan ir. Dejo mi salud atrás. Dejo a alguien que se adhería a mí: desato sus dedos como si fuesen vendas: me voy.